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Érase una vez un mar entre dos tierras, compartido por los dioses y los hombres, al que algunos pueblos llamaron Mare Nostrum, un lugar donde mito y realidad se confundieron. Por sus aguas viajaron navegantes de leyenda, como los argonautas, y otros de carne y hueso para los que este mar era su sustento. Temido y adorado, el Mediterráneo fue el reino del caprichoso Poseidón, unas veces tranquilo y otras tempestuoso. Durante milenios los habitantes de sus costas han intentado comprender los secretos de esta rica despensa custodiada por los vientos y con el paso del tiempo sus misterios se han ido revelando.
Mare Nostrum
Una de las leyendas que divulgaron los “parlotaires” durante la segunda mitad del siglo XIX es conocida por “el Himno de Orfeo”, esta narración forma parte del folklore renacentista ampurdanés y tiene todas las características de una influencia neoclásica. Al igual que todas las narraciones de los “parlotaires” no existe ninguna narración escrita y únicamente una tradición oral ha cuidado de hacerla llegar a nuestro conocimiento.
Venus y Orfeo
En tiempo que las divinidades paseaban a su gusto por este mundo, en fecha muy anterior a la llegada de los griegos a la costa catalana, el divino Orfeo se enamoró locamente de Venus, la pasión era tan intensa que no podía apartar de su pensamiento a la diosa, la cual le inspiraba sus más bellas y líricas composiciones. Durante las noches, Orfeo acudía al domicilio de Venus y debajo de la ventana, acompañado de su lira, entonaba sus melodiosos cantos, no dejando de cantar hasta la salida del sol. Los primeros días de su serenata la diosa no salió a la ventana, pues temía que el hecho llegara a conocimiento de su marido Vulcano, pero al transcurrir de los días su instinto femenino fue más fuerte que el miedo y se mostró en la ventana al maravilloso cantor que, lleno de satisfacción durante varios días, le dedicó lo mejor de su repertorio.
Rocas del encanto
De esta manera fueron transcurriendo los días, en pacífica y dulce armonía, Venus presumiéndose para salir a la ventana y Orfeo cantando, lleno de inspiración. La diosa estaba dispuesta a hacer donación de su amor a Orfeo, cuando Júpiter, que desde hacía algún tiempo se sentía inclinado hacia Venus, fue a visitarla y le declaró su amor. Tan convincentes fueron las razones que Júpiter expuso a Venus que la diosa aceptó su íntima amistad correspondiendo a su nuevo amante.
Mas he aquí que por la noche Orfeo, que ignoraba el proceder de Venus, fue a darle su acostumbrada serenata y lleno de inspiración le cantó una de sus mejores composiciones; Júpiter, que en aquellos momentos se encontraba junto a su amada, quedó muy satisfecho de la dulce tonadilla que se escuchaba y como en el fondo de su corazón sentía cierta inclinación hacia el romanticismo, determinó abrir la ventana para conocer al cantor.
A pesar de los esfuerzos que hizo la diosa para impedirlo, pues no quería disgustar a Orfeo, no le fue posible y Júpiter, abriendo de par en par la ventana se mostró a Orfeo, el cual llevóse la desagradable sorpresa de ver sustituida la hermosa presencia de Venus por las magníficas barbas del dios. Unos días después de este incidente el divino Orfeo, llevándose con él la lira que nunca olvidaba, decidió embarcar en una nave dispuesto a encontrar en el mar la felicidad que había perdido. Después de una larga temporada de navegación, una fuerte tempestad hundió la nave, quedando nuestro héroe sobre la olas, sosteniéndose en su lira, que era de madera. En esta situación estuvo unas horas hasta que la lira, arrastrada por la corriente, llegó hasta un pequeño islote. Ya en tierra firme, Orfeo se creyó salvado y como las estrellas brillaban en el cielo por ser de noche, el instinto de poeta que lo dominaba le inspiró un himno que interpretó seguidamente, cantando la grandeza de la tempestad que había presenciado.